Las palabras, todas las palabras, también las que se
incluyen en la Parla Enguerina, tienen una historia, una larga
historia que, en la mayoría de ellas, es muy antigua. Y, en algunas ocasiones,
la historia de las palabras que usamos es tan antigua como el mismo hombre,
pues el ser humano que hoy conocemos se fue haciendo a sí mismo a medida que
fue inventando las palabras con las que nombraba las cosas.
Del mismo modo hay que decir que las palabras tienen
una vida. Por eso son cambiantes y sufren modificaciones de forma y de
contenido según los pueblos que las pronuncian y según las generaciones que las
usan. Un ejemplo muy sencillo. Al pronunciar en Enguera la palabra “aceite” todos sabemos a qué nos
referimos. Sin embargo muchos desconocen que a ese zumo extraído de las olivas,
no hace más de un siglo nuestros mayores lo llamaban “azaite”, sonido llegado a nosotros, seguramente, con la venida de
los aragoneses que repoblaron nuestra villa después de la conquista del rey D.
Jaime I en el siglo XIII.
Y, a su vez, los aragoneses habían aprendido de los
moros a llamarlo azaite, pues ellos
hablaban el árabe hispano y nombraban ese producto con el término “azzayt”. Así pues, esta palabra, y
también la de “azzaytuna”, fueron
traídas por los que estuvieron aquí durante tantos siglos usando su lengua, que
era el árabe. Palabras que, según los entendidos, ellos habían importado de las
lejanas tierras de oriente, del arameo en concreto, en el que se decía “zeytá” y “azaytunah”.
En algunas de las palabras que hoy presentaremos se
puede rastrear ese largo recorrido del que hablamos. Pero los pasos que dieron
y los cambios que sufrió cada palabra son particulares y obedecen a
circunstancias muy diversas. Como ocurre en la vida misma.