Es posible que algunos no llegaran a conocer a Fernando Palop; difícil, pero posible. Nació y se crió en la casa cantonera de entrada a la calle Gracia desde El Porchet. Sí, donde en la actualidad está la relojería. Allí estaba la casa de sus padres que, como tenían horno y no sé si molino en Santísimo, se les apodaba “de las harinas”.
Pienso que Fernando era de los más pequeños entre los hermanos, pero en inteligencia, si no era el mayor ¡qué poco le faltaría! Ah, y eso que tenía otro hermano –Pepe, conocido como Pepito “el de las harinas”, a pesar de su enorme estatura– que llegó a notario de Valencia.
Fernando sólo llegó a Magistrado de la Audiencia Provincial de Valencia… ¡casi ná!
Sí, ya sé que ni le hicieron hijo predilecto. Pero no lo necesitaba. Llegaba a su Éngra y…, bueno: mejor leerlo para saber cómo se sentía a la sombra del Piquet.
Tuve la suerte de disfrutar de su deferencia y, a pesar de la diferencia en formación y edad, creo alcancé a ser su amigo.
Con él aprendí una lección, que uso yo las contadas ocasiones en que, ahora, alguien me habla de usted. La anécdota fue la siguiente:
Debía ser por finales de los años cincuenta del siglo pasado. Eduardo Amorós y yo solíamos ir a nadar en verano.
Un día apareció Fernando Palop con su hijo mayor. Y, campechano como era y con facilidad de palabra y pensamiento, pronto nos sedujo con su conversación.
Nosotros –Eduardo y yo mismo– nos dirigíamos a él con el tratamiento de usted, cual era la costumbre. Fernando, cada vez que nos escuchaba darle ese tratamiento, tan normal en aquellas fechas, nos corregía, aunque a nosotros no nos salía tutearle, no sé si porque lo veíamos tan mayor o por el alto rango social o, simplemente, porque por algo nuestros padres se gastaban el dinero para que fuéramos educados. El caso es que no nos salía el tuteo.
Para finalizar. Un día, en mitad de la charla, nos espetó:
– Pero bueno; ya está bien tanto usted, usted.... Si en mi pueblo no logro que me hablen de tu… cualquier día, hasta en casa mi mujer usará el tratamiento…
Así era el Ilmo. Sr. Magistrado. He conocido a otros enguerinos, con inferior categoría social y no sé si con tanto saldo en la cuenta corriente (pues ni siquiera sé el de la mía), que exigían se les hablaran de usted y, claro, uno comprende que nadie les dirigiera la palabra.
A Fernando el de las harinas: todos le saludaban y hablaban; bueno, todos… menos los de siempre.
Poco a poco iremos publicando trabajos que publicara relativos a nuestras costumbres, parla, etc que gozaba narrándolas. Como muestra aquí tienen una.
Espero la disfruten
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